Luego de varios meses,
entre el cambio de casa y el adaptarme a un nuevo lugar, llegué a la conclusión
que odio las mudanzas. Probablemente me cueste mucho salir en un tiempo de aquí
y no necesariamente por el sitio, sino por los momentos que voy dejando día a
día bajo ese techo. Mientras reposaba en el mueble de la sala iba pensando cómo
podía decorar el ambiente para que se vea mejor y darle más vida a las
paredes. Comencé a hacer un bosquejo de las cosas que podría poner, de pronto,
una nube negra se detuvo en mi cabeza y comenzaron a mojar literalmente mis
ideas. ¿Para qué vas a hacer tantas cosas si no te quedarás siempre aquí? “vas
a dañar las paredes luego tendrás que reponerlas”, fueron parte de los
pensamientos que rondaron en mí y en mis ganas de mejorar la casa.
Al poco rato, recordé las
veces que anhelaba vivir sola, sobre cuánto deseaba tener mi propio espacio
para decorarlo a mi manera y usar colores sin necesidad que sean neutros. Ahora
que llegó el momento, no iba a dejar que nada ni nadie arruine eso. Ni mucho
menos, esa nube negra que pasa por la cabeza de todos en algún instante. Esa
nube que debemos eliminar de nuestro ‘clima interno’ para que no quite la
calidez de los buenos momentos. No importa si no es mucho el tiempo que viva en
esta casa, finalmente, mientras lo sienta mío, en mi hogar, los detalles si
cuentan.
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